Entre las emigraciones españolas contemporáneas las dirigidas al norte de África son, sin duda, las menos conocidas. En tanto las orientadas al hemisferio occidental y a Europa han sido objeto (y lo siguen siendo) de numerosos estudios, habiendo generado cuantiosa bibliografía, no ha sucedido así con las proyectadas hacia los países del otro lado del Mediterráneo. El silencio que las ha rodeado cabe atribuirlo a su propia singularidad. Se anticipan en medio siglo a los grandes flujos encaminados a América, por remontarse a 1830, en que se inicia la conquista francesa de Argelia; sus momentos de máxima intensidad se sitúan entre ese año y 1882, y, por tanto, se circunscriben a la fase pre-estadística española (la peor datada), y al tratarse de una corriente migratoria fundamentalmente temporal, mereció escasa atención por entenderse de forma errónea que no conllevaba pérdida definitiva de población. Las propias series estadísticas publicadas prueban lo contrario. Argelia (en menor medida Marruecos), hasta su tardía descolonización en 1962, ha sido destino y asiento de uno de los colectivos españoles en el extranjero más numeroso y dinámico. Un colectivo que ha contribuido destacablemente con sus remesas y capitales repatriados al proceso modernizador de las regiones de emigración (Comunidad Valenciana, Baleares, Murcia y Andalucía penibética).