Reunir a través de sus "epistolarios correspondientes" a estas tres figuras de la literatura española contemporánea quiere ir más allá del mero capricho u oportunidad editorial, para indagar en la razón de ser poética y vital de tres obras y tres hombres claves en la poesía española de nuestro tiempo. Las cartas, provocadas por la separación geográfica, se convierten en "voz escrita", palabra amable pronunciada en la distancia, que sacia la sed de conversación. No nos extrañan, por ello, las recurrentes alusiones al deseo y necesidad de conversar que la distancia impide o el azar más caprichoso dispone (como en el caso de Guillén y Diego, incapaces de coincidir y encontrarse, pese a su deseo, durante varios años tras la Guerra Civil).
El apartamiento físico que los tres poetas sufrieron, dada la vida periférica de Guillén y Diego antes de la Guerra, y el exilio de Salinas y Guillén cuando Diego se asienta definitivamente en Madrid, supone un acicate para el deseo de conversación que manifiestan hasta el final de sus días, pareciendo, a veces, burlados personajes de una novela epistolar, condenados a no encontrarse, pese a los esfuerzos. Qué duda cabe que el desarraigo afectivo, físico y cultural de nuestros corresponsales, especialmente adictos, dada su idea de grupo de amigos pertinaces contra viento y marea, a la conversación, tendría una de sus manifestaciones socioliterarias más interesantes en las tertulias. Sólo así podemos entender la fidelidad inquebrantable de Guillén para con su amigo Diego, a quien le escribe ya en su senectud: "La vuelta a la conversación me encantaría" (carta del 6 de diciembre de 1974).