Estas ficciones, dignas herederas de aquella tradición narrativa que gusta de encontrar lo fantástico en lo cotidiano, y que tiene a Borges y Cortázar como referentes indiscutibles, llevan al lector a otros mundos dentro y fuera del nuestro –quizá un personal homenaje del autor a los relatos de Isaac Asimov y Ray Bradbury–, en un viaje literario simbólico donde el lector podrá descubrir ecos, menciones veladas y guiños a Dante, Shakespeare, Goethe u Oscar Wilde.
No falta en ellas el cariz humorístico; las numerosas referencias cinematográficas; las profusas citas musicales –Wagner, Richard Strauss, Debussy, Schönberg, Alban Berg–; algún que otro retrato costumbrista; los juegos de laberintos, círculos viciosos, espejos, luces y sombras, noche y niebla; los amores dantescos; el baile y el canto de los más sabios arcángeles; venganzas que traspasan el hilo del tiempo; trasuntos mitológicos; y, cómo no, la hermosa y rutilante metáfora pitagórica de la armonía de las esferas, que vertebra todo el universo narrativo del autor.